¿Matarías a un osito? | Gideon |

La tarde se presentaba cálida y brillante, las ganas de salir recorrían el cuerpo de todos los estudiantes en Hogwarts, menos el de los sabelotodo o tragalibros, a los cuales le gustaba mantenerse un Domingo encerrados en sus Salas Comunes o en las Salas de estudio buscando aprender aún más de lo que ya sabían - cosa que se cuestionaba, ¿en qué espacio del cerebro les entraría más información si ya todo parece estar ocupado?-. Pero en fin, además de ellos, todos habían salido. ¿Y a dónde un estudiante podría salir un fin de semana si no era Hogsmeade? Cuando el mediodía se aproximaba, sus compañeras la intentaron despertar para invitarla a aquel lugar a pasar la tarde y beber algo en Las Tres Escobas, pero como era de suponerse, Jackie no se movió de su cama hasta mitad de tarde. Profirió un par de gemidos soñolientos, informándoles que no quería saber nada con separarse de su adorada y gran amiga almohada.

Cuando despertó estaba sola y, aunque ya habían pasado un par de horas, decidió ir a buscarlas. Tras vestirse con unos pantalones y una camiseta simple, la joven Gryffindor salió de Howgarts a un paso algo rápido, no de forma intencional ni porque quisiera llegar primero, sino porque estaba acostumbrada a caminar de esa forma. No tardó mucho en llegar al lugar, el cual consistía en un par de comercios y unas cuantas calles repletas de casas y niños pequeños jugando en la calle. Observó hacia todas direcciones intentando encontrar a alguien que le resultase familiar.. pero aquello no sucedía. ¿Dónde se habían metido todos?

Estaba a punto de ingresar a Las Tres Escobas cuando vio la tienda de dulces a unos pocos metros más adelante. Sin pensárselo dos veces ingresó a la tienda. La cerveza de mantequilla podría esperar. El negocio estaba lleno de niños, al igual que las calles, al igual que todo en Hogsmeade los fines de semana. Caminó a paso lento mientras observaba las vitrinas llenas de dulces, hasta que se acercó a el mostrador y había un chico pagando sus dulces. Fue fácil identificarlo, ya sea por su contextura física o por la voz característica que se pudo oír en cuanto habló. Jackie se acercó aún más a su primo y metió su mano dentro de la bolsa de dulces que recién había comprado, sacándola rápidamente para meterse la rana de chocolate en la boca, antes de que él pudiera quitársela de las manos. Mientras la masticaba, sonreía de una manera pícara y algo maliciosa, le encantaba molestar a su primo.

¡Cómo se estiraban estos de Hogwarts! ¡Excursiones a Hogsmeade! ¿Acaso se podía ser más cutre? Por Merlín, si estaba justo al lado y lo tenían más visto que la cara de sus padres. Nadie, incluido Gideon, tenía ganas de ir allí, pero como bien había aprendido él en toda su vida viviendo con sus padres, más vale pájaro en mano que ciento volando. Por lo tanto se calzó sus converse, se puso su abrigo de pelo de borrego –sí, ese que abrigaba más que veinte chaquetas juntas- y su gorro de lana, dispuesto a pasar un día divertido; porque a pesar de que el lugar era el más aburrido del planeta, él lo convertiría en algo diferente, ya se las ingeniaría. Caminaba tranquilo, con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros y temblando en ocasiones por el frío que poblaba las nevadas calles del pueblo. Los niños corrían, reían y se lanzaban bolas de nieve que él esquivaba con asombrosa facilidad. Su mirada azulada paseaba por los lustrosos escaparates, quizá en busca de algo que pudiese llamar su atención, pero nada lograba distraerle. Sus pensamientos iban más allá, buscando alguna broma, alguna idea ingeniosa de esas suyas que lograse aplacar el aburrimiento que estaba formándose en su interior.

La tienda de chucherías, honeydukes, se hizo irresistible nada más sus ojos se posaron en ella y no dudó en adentrarse en su cálido interior, soltando un jadeo suave por el cambio drástico de temperatura, el cual hizo que un escalofrío recorriese su espalda desde la base de la nuca hasta donde ésta perdía su nombre. Caminó entre las miles de estanterías altas, cogiendo un poco de todo lo que pillaba, y una vez supo que estaba satisfecho se acercó al mostrador, ignorando la enorme cola que había para pagar. Sonrió de forma suave a la chica que atendía y dejó sobre la madera unos cuantos galeones. Le guiñó un ojo y salió de allí, dejándola mirando su espalda. Realmente era algo que le divertía mucho. No es que fuese el chico más precioso del mundo, eso lo tenía asumido, y tampoco tenía muchas pretendientes. No era creído, no era coqueto, no era presumido, ni nada que se le pareciese de lejos, pero aquella chica siempre había caído en sus redes extrañas de chico raro, y él se aprovechaba de la pobrecita solo porque atendía en su tienda favorita. Pagaba menos dinero y la muchacha se ilusionaba tontamente, de ninguna de las formas ganaba ella, pero él si lo hacía.

En el momento en que estaba por abrir la puerta para salir al frío de la calle, notó como una mano se colaba en su bolsa de chucherías y le robaba una rana de chocolate. —¡Eh, tú! Serás ladrona… ¿no te han enseñado que no se mete mano en bolsa ajena?—. Preguntó, alejándola de ella. —Que sea la última vez, Jackie, o tendré que pegarte en el culo—. Bromeó luego, abriendo finalmente y saliendo de la tienda, esperando que ella le siguiese. —¿Divertido el pueblo?—.